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Según nos hacemos mayores nos damos cuenta de que hay actividades que cada vez nos cuesta más llevar a cabo. Normalmente se nos separa de aquellas funciones que requieren velocidad de reacción por parte de nuestros reflejos físicos, como por ejemplo la conducción de un vehículo.
Observar esa torpeza física que se comienza a desarrollar puede llevarnos a pensar que tampoco podemos desempeñar otro tipo de funciones, como las que tienen que ver con el terreno donde se cultivan nuestros pensamientos. Pero nada más lejos de la realidad. Lo único que cambia cuando nos hacemos mayores son los estímulos mentales que nos proporcionan una visión u otra, es decir aquellos que afectan al mundo que nos rodea.
El mito de que nuestra forma de pensar se ve afectada con el paso de los años nace a raíz de que dejamos de preocuparnos tanto por las opiniones ajenas. Llega un punto en nuestras vidas en el que ya nadie puede condicionar nuestra forma de pensar y comenzamos a actuar según nuestras propias opiniones y criterios, estamos madurando. Hay que aclarar que hablar de madurez no es lo mismo que de edad. La madurez consiste en la conciencia de utilidad que tiene aquel que llega a mayor, mientras que la edad solo representa el paso de los años.
No pensar igual que solíamos hacerlo no significa que hayamos dejado de pensar, ni mucho menos. Aunque es evidente que llega un punto en el que se cambian los procesos mentales, y no porque nos volvamos más inteligentes, sino porque estructuramos el pensamiento de manera distinta. En primer lugar se elimina la necesidad de demostrar, y nuestras ideas ya no son verdad porque podamos probar que lo son, sino simplemente porque nosotros mismos queremos que lo sean. Se trata de esa rebeldía asociada erróneamente a la juventud, pero que realmente sucede cuando se alcanza la madurez profunda, cuando definitivamente nos libramos de aquello que por norma general se considera correcto y que, por tanto, consideramos obligatorio.
Este proceso es totalmente natural, no llegamos a el porque nos lo propongamos, sino simplemente porque forma parte de nuestro crecimiento.
Habitualmente, tratan de darnos todo ya pensado y se premia la repetición de lo que se ha venido haciendo hasta ahora. Pero cuando maduramos, plantamos cara a esas ideas y comenzamos a defender aquellas realmente propias.
Por tanto, se podría decir que la edad condiciona el pensamiento, pero no privándonos de él como se tiende a creer, sino precisamente de forma totalmente contraria: ayudándonos a pensar de verdad por nosotros mismos.
¿Qué opináis? ¿Pensáis por vosotros mismos? Si es así seguid con ello y no dejéis que os digan que la edad os impide hacerlo.